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¿Quién cuida de mí? Las dos dimensiones de nuestro cuidado.

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.”
1 Pedro 5:6,7

“…¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo?”
Eclesiastés 2:25

 

¿Quién cuida de mí?

Entiendo que esta pregunta, que es el título de este ciclo de conferencias, es una pregunta que todos deberíamos hacernos, ya sea profesionales de la salud, consejeros, pastores, capellanes. Es algo que incluye a muchos.

El aconsejamiento, del acompañamiento a personas que debemos cuidar requiere una dedicación y cuidado muy especial. Mucho se ha leído y se ha escuchado acerca de las consecuencias que este ministerio o esta tarea produce. Siempre se está hablando del agotamiento, del estrés extremo; y últimamente del «burnout».

¿Qué es esto? Porque verdaderamente experimentamos algo especial en toda nuestra vida física, mental o emocional. Pero, ¿cómo podríamos explicarlo? Sabemos y lo hemos leído y experimentado— que esta vocación, más que profesión, es muy dura. Y está seña-
lada por incesantes desafíos y presiones que a veces se hacen casi insoportables. Y es allí donde nos resentimos. Creo que sería interesante recordar que es una sensación progresiva de pérdida de energía hasta llegar al agotamiento; ansiedad y depresión; desmotivación en el trabajo, llegando a veces a sentirnos molestos con las personas con quienes entramos en contacto: pacientes, clientes, o toda persona con quien tenemos que tratar.

Este problema no es nuevo. Ya a mediados de la década de 1970 estos síntomas fueron observados por el psiquiatra Herbert Freudenberger; y la psicóloga Cristina Maslach
denominó a esta situación, de hartazgo y estrés extremo, como «burnout» o «sobrecarga emocional». Según Maslach, se refiere a un «síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir entre individuos cuyo trabajo implica atención o ayuda a personas».

La mayoría de los autores que describe este agotamiento emocional coincide en que este síndrome es contagioso. Por tanto, este problema no es sólo individual; si no se atiende a tiempo, toda la organización puede caer en el desánimo generalizado.

Es ahí donde surge nuestra conversación: Todo el tiempo cuidamos de las personas; pero… ¿Quién cuida de mí?

Señales de peligro

La mayoría de los estudiosos de la problemática del estrés entiende que el peligro del agotamiento mental y emocional se manifiesta por lo que se llama «síndrome tridimensional». Este síndrome está caracterizado por tres señales principales:
1) agotamiento emocional y físico;
2) despersonalización o deshumanización;
3) disminución de la realización personal.

1. Agotamiento emocional y físico: Se refiere a la ausencia o falta de energía, entusiasmo y un sentimiento de escasez de recursos («ya no doy más»). A estos sentimientos pueden sumarse los de frustración y tensión en los profesionales, que se dan cuenta que ya no tienen condiciones de gastar más energía.

Quizás es sintomático este versículo de la Biblia, escrito hace tres mil años: «Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu…» (Eclesiastés 2:17).

2. Despersonalización o deshumanización: Este síntoma se da cuando dejamos de tratar a las personas como seres humanos plenos de dignidad y respeto, y comenzamos a tratarlas como meros objetos. Esta deshumanización puede darse con todas las categorías de personas con las que tratamos:
. Pacientes, clientes: personas con quienes tenemos que tratar, personas a quienes tenemos que atender.
. Colegas o compañeros de trabajo: personas que trabajan a nuestro lado.
. La institución u organización en la que trabajamos.

Los trabajadores pueden demostrar insensibilidad emocional, un estado psíquico en que prevalece el cinismo o la disimulación afectiva, la crítica exagerada de todo su ambiente y de todo los demás.

3. Disminución de la sensación de realización personal: La disminución de la realización personal en el trabajo que se caracteriza como una tendencia del trabajador a autoevaluarse de forma negativa. Las personas se sienten infelices consigo mismas, insatisfechas con su desarrollo profesional; experimentan una declinación en el sentimiento de competencia, capacidad y de éxito en su trabajo y en su capacidad de interactuar con las personas.

El profeta Elías sufrió este síntoma luego de una de sus más grandes victorias personales y espirituales. Luego de esa victoria, tuvo que huir al desierto para proteger su vida; y se hartó de todo: «Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres» (1 Reyes 19:4).

Aquí está un profeta, quizá el más grande que tuvo Israel, alguien que acababa de tener una victoria contra profetas de otros dioses que estaban sostenidos por el mismo gobierno… y todo lo que pensaba era: «basta ya, yo no soy mejor que mis padres».

Sin duda muchos habrán sentido emociones similares. Es evidente que tenemos que evitar estos peligrosos síntomas. Nuevamente: Cuidamos a otros pero… ¿quién cuida de mí?

En el próximo capitulo de esta serie, estaremos hablando sobre: “Las dos dimensiones del cuidado”.

 

 

 

Pr. Osvaldo Simari
(1933 – 2020)

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